Escrito por: Adriana Barroso
Era una noche otoñal; no es que la temperatura ambiental hubiese sido baja. Es que ese día dormía con ese frío que sólo da el desamor, la lejanía. Cómo es que desde pequeña fui buscando alguien quien me quisiera mucho, mucho, sin exigencias, tan sólo aceptándome como era. Tardé muchos años en descubrir que la única quien podía hacerlo era: yo misma.
Sin embargo, una vez más aquel día me había dejado llevar por mi deseo infantil y había obtenido el mismo resultado: un revés al corazón bien puesto y un estate quieto que me obligaba a quedarme inmóvil, sin poder hacerlo, porque todo mi cuerpo temblaba de frío de ese frío que no se quita por más que te cubras.
Decidí no hablar… me puse a pensar que realmente debía haber algo malo conmigo porque en mi vida había dos hombres importantes: mi padre y Samuel, y a los dos había logrado hartar a punta de demandas pueriles y pegajosas. No sé qué me dolía más, si el enojo de Samuel o saber que seguía siendo la misma niñita demandante… las lágrimas aparecieron en mis ojos. Bendije la obscuridad y volví a abrazar mi almohada, del mismo modo que cuando tenía cinco años e imaginaba que me iba a casar con un hombre quien me iba a amar sin condiciones toda la vida; sólo que esta vez la promesa me la hice a mi misma: “Te voy a amar toda la vida”.
Esta es una página del diario de Rocío, una mujer que demanda amor y aceptación incondicional. Ella misma se da cuenta, que no sintió ese amor y aceptación incondicional por parte de su padre y como lo ha ido buscando en su relación sentimental sin tener éxito. Tal vez algunos de nosotros al leer la experiencia de Rocío nos hayamos sentidos identificados con su historia, con su sentir. Como vemos, en esta persona como en la mayoría de todos nosotros hay una gran necesidad de aceptación y amor incondicional. Esta necesidad viene desde la infancia cuando el mensaje en casa es: te quiero y te aceptoEs entonces, cuando mi “yo” se fortalece y puedo vivir la vida con sus ganancias y sus pérdidas. ¡Ya no estoy sola porque estoy conmigo! por lo que haces y no por lo que eres. Algunas veces como padres nos es difícil educar sin dañar porque nosotros mismos fuimos criados bajo un patrón imperfecto que aprendimos. De hecho se dice que no hay ni padres perfectos ni hijos perfectos, porque la naturaleza del ser humano es imperfecta; sin embargo, si podemos realizar ciertos cambios que podrán parecer pequeños pero que finalmente nos redituarán una mejor relación familiar y propia.
Es importante que al corregir al niño separemos la conducta de su persona. Le podemos decir:
-No estoy enojado contigo sino con lo que hiciste.
-A ti siempre te quiero, lo que me disgusta es tu comportamiento.
Si llevamos estas ideas a nuestra vida, sería muy fructífero preguntarnos si hemos ido buscando en el exterior, es decir, en los amigos, en nuestras relaciones sentimentales, etc. el amor y la aceptación incondicional que no recibimos en casa. Cuando nos damos cuenta de ello, estamos frente a la oportunidad de cambiar esta actitud y suplir, por nuestra cuenta, esta carencia dándonos lo que necesitamos; quizá sea comprensión, reconocimiento, aceptación… Lo anterior no significa que no necesitemos el amor de los demás sino que vamos estar en la oportunidad de relacionarnos desde una posición madura que será mucho más enriquecedora, puesto que cesaremos de idealizar al otro pensando que va a resolver nuestro problema existencial; desistiremos de pedir al otro que nos dé lo que sólo nosotros nos podemos brindar, abandonaremos la actitud de víctima a quien nadie quiere o no comprende; también, dejaremos de sentir ese vacío que no se puede llenar con compras innecesarias, alcohol, comida, relaciones desgastantes, destructivas, en fin con nada, más que con amor y aceptación hacia mí mismo. Es entonces, cuando mi “yo” se fortalece y puedo vivir la vida con sus ganancias y sus pérdidas. ¡Ya no estoy solo porque estoy conmigo!
Esta labor de valoración, de comprensión, de aceptación, de amor por mi mismo no se consigue en un día. Es un trabajo diario en el que encontraremos que hay veces que es mucho más difícil hacerlo; sin embargo, siempre recordemos que ahí estaremos con nosotros para perdonarnos, animarnos y ¡lograrlo!
Escrito por: Adriana Barroso