Los padres tenemos poco tiempo de dedicación a los retoños, que están faltos de vitamina T: tiempo que dedicarles, y la mejor forma de mitigar este sentimiento de autoculpabilidad que va floreciendo entre los progenitores es canjearles este tiempo-de-no-dedicación por caprichos materiales (regalos, dinero, viajes, motos, etc.).
También hay un mayor contacto con los abuelos, a los cuales, en muchos casos, se delega toda la crianza de los niños: con la consiguiente indulgencia educacional, que es marchamo habitual en la actuación de buena fe de muchas personas mayores.
Por otro lado, los propios progenitores acostumbran a ser añosos (ya sabemos lo mucho que se retrasa el acceso a la paternidad y maternidad) y ya no están para muchos trotes ni con ganas de imponer disciplina, inhibiéndose en sus funciones parentales y prefiriendo traspasar sus poderes familiares jerárquicos a otras instituciones (como, por ejemplo, la sufrida escuela) u otras personas.
Y, por último, añadiría a esta lista, la actual epidemia de fracturas matrimoniales, que conlleva a la aparición de un prototipo de padres y madres separados, que tienen similares características a las que he ido apuntando hasta el momento, pero aún más potenciadas y multiplicadas por la autoculpabilidad e indefensión en que se encuentran numerosos progenitores en estas circunstancias*.
* Castells P. Los padres no se divorcian de sus hijos (Aguilar, 2009)