Siempre he pensado que las excelentes inversiones son aquellas que alimentan el alma, como los viajes o los conciertos, nadie te quita esos recuerdos, no pueden robártelos, ni secuestrarlos, ni venderlos, ni rentarlos. Los llevarás para siempre dentro de ti y así morirán contigo, es lo único con lo que nos vamos y soy de la firme convicción que pasan ante nuestros ojos como película antigua antes de morir ¡increíble!
La memoria de éste pensamiento chocó con mi cerebro éste fin de semana mientras estaba disfrutando de un gran show en uno de los Auditorios de más prestigio en éste Distrito Federal.
La vida -en verdad- es como estar presenciando un espectáculo. He sido de ese grupo que aplaude sin cesar, he sido de aquellos que critican a los que aplauden sin pausa. He gritado en la mayoría de los conciertos, he sido de aquellos que se quedan callados, sólo escuchando.
He sido parte de los que se levantan ante una canción sin importarle los que están atrás, he estado atrás de los que se levantan a bailar y he pedido que se sienten.
He estado enfrente dando el show, o en medio contemplando, o atrás intentando ver. He cantado, he bailado, he llorado y he reído de cara a mi propia vida. Me he caído y me he levantado, me he carcajeado de los demás y de mi misma.
Se me ha erizado la piel al escuchar una canción o al sentir una caricia, he chiflado y me han chiflado, he recordado momentos con tan solo un acorde musical, he vivido instantes dignos de un conjunto de notas musicales, he sentido cómo todos mis músculos del cuerpo se atrofian al día siguiente de tanto que brinqué sin cesar, he sentido el cansancio de la pasión.
Cuando he dado un espectáculo he sentido ganas de salir corriendo, a veces, pero permanezco en el escenario hasta que el show termina. Me he enfrascado en relaciones mal sanas y de esas sí salgo corriendo.
Todos somos parte del show, todos. Algunos nos aplaudirán, otros subirán con nosotros al escenario, otros tantos se reirán, tal vez algunos llorarán, desentonarán o nos harán gritar.
Puede ser que algunos se duerman mientras nosotros estemos bailando o que ellos nos hagan bostezar y deseemos con fuerza que se acabe el espectáculo. Lo importante es ser parte del show, lo fundamental es simplemente estar.
Y yo he estado, suspiré, agradecí, me enojé y volví a agradecer. Como todos. Como pocos. Me levanté y me senté, enloquecí y me calmé. Tosí, sentí, paré y regresé, volvía caer y lloré, me acurruqué y aprendí, corregí y me equivoqué y nuevamente me desperté para seguir haciendo lo mismo: vivir.
Agradezco los shows, todos, porque me permiten coleccionar recuerdos y su carácter inembargable, errores cometidos junto con sus invaluables lecciones, amores fallidos con sus pedacitos de cielo y sus cachos de lluvia, tantas amistades olvidadas y tantas personas a las que he adoptado como mis hermanos sin que tengamos lazos de sangre.
Lo mejor es que esto no para, como el show, si el bailarín se cae simplemente se levanta y sigue bailando, si el mago falla en uno de sus trucos intenta otro y otro hasta que le sale uno, el cantante que desafina sigue la canción. Nosotros, los seres humanos comunes y corrientes, somos una especie de bailarines, cantantes, magos, etc. Nos levantamos, intentamos trucos nuevos y seguimos cantando sin importar si estamos entonados o no. Todos somos una clase de inventores de vida, le damos y le damos hasta que nos sale.
Al final del show, lo importante no fue que nos caímos, o que nos desgañitamos, o si llegó o no el invitado. Y no, lo más importante no es el aplauso. No. Lo más importante, lo más valioso, a pesar de las adversidades, de las burlas, del llanto o la risa, de los olvidos, de los tropiezos, de los errores o aciertos, es que terminamos el show con la cara en alto.
Tanto en la vida como en el show lo importante es seguir bajo la conciencia de que habrá otro espectáculo y otro y otro, hasta que se termine la temporada. En la vida, eso no lo decidimos nosotros. Por lo tanto, demos tantos shows como vida nos alcance y démoslos con lo mejor que tenemos pues estamos dando el show de nuestra vida con un público muy exigente: nosotros mismos.
Listos o no, vendrá otro show y seguramente aprenderemos a no desafinar, seguramente tendremos nuevos trucos que mostrar y conscientemente para el siguiente espectáculo lo haremos mejor. No lo olviden, con la cara en alto y dispuestos a seguir sin importar los infortunios… ¡hasta que nos salga!
Evangelina Jiménez Olvera.