He regresado de un viaje que empezó hace casi medio año, maté dragones, rescaté princesas, descifré otras lenguas y besé un sapito que no se convirtió en príncipe ¿quién quiere un príncipe? Nunca se despeinan, no roncan, nunca dicen que no tienen dinero, no hipotecan los castillos, no se lavan los dientes –que asco-, no protestan y nada más están viendo con quien desenvainan su espada, además imagínense andar en caballo por periférico, por muy corcel que sea, paso.
¿Quién quiere ser una princesa? Nunca beben alcohol, nunca dicen groserías, no se enojan, no van al baño, no fuman, no se divierten, no echan el chal con la amigas y siempre las quieren envenenar, matar o desaparecer y lo peor nunca se cambian de ropa, siempre traen el mismo méndigo vestido.
¿Quién quiere vivir en un castillo? El pasto nunca crece, las flores no se marchitan, los mozos nunca se quejan, la comida siempre está en la mesa lista para ingerirse, los perros no hacen del baño y se tienen metros y metros de terreno para nada ¿quién irá al súper? Nunca habría problemas de ningún tipo ¡qué aburrido!
Lo bonito de los cuentos de hadas es que son cuentos “puros cuentos” y en nosotros está creerlos o no. La realidad es otra, hay que ir al súper, limpiar la popó de los animales, besar a tu esposo al amanecer con el aliento no muy fresco que digamos, soportar las crisis económicas, llorar, reír, caerse y volver a levantarse para empezar un nuevo cuento.
Lo ficticio es de plástico, se queda en la televisión o en las frías páginas de un libro, los cuentos no se modifican, la vida cambia cada segundo y nos espera con sus maravillosas sorpresas, así que valen los ronquidos, las peleas y esas inservibles horas de angustia junto con las sonrisas que quedan en recuerdos que se sueñan y aún tengo ese sueño que por hoy no es real pero que lo visualizaré con el llamado de mi karma para que venga.
Mi viaje fue realidad y valieron la pena las rozaduras de la espada, las quemadas del dragón, los moretones de las piedras mientras caía, aún no se si valió haber sufrido el hurto de mi tranquilidad y de mi paz, empiezo a recuperarlas. Hoy contemplo las futuras cicatrices y recuerdo mi hazaña, memorizo paso a paso las veces en las que erré y me subo al péndulo que pulveriza el dolor simplemente con la distancia.
En éste cuento de hadas el final fue definido por el destino, por la ambivalencia de las constantes cosas inexplicables, no son razones desconocidas como diría The Killers, al contrario, son bien conocidas, válidas e incluso algunas respetables, otras solamente son y a pesar de que tienen solución el narrador de ese cuento decidió dejarlas, pero esa es otra historia.
Por hoy, éste viaje que cuento lo cuento con el fin del viaje, guardo las fotos mentales y las memorizo, reconstruyo el pasado y lo dejo que se deshaga para pasar a un futuro incierto, como inciertas son las horas que tengo de vida y como cierto es que me voy a morir algún día. Guardé mis maletas para un futuro viaje, aunque por ahora deseo permanecer en mí y adentrarme a esos caminos para los que solicito respeto.
Confío en que el boleto para el siguiente desplazamiento sea sin regreso y mientras, disfruto de mi silencio y de mi ruido a la vez, camino pensando y pienso que caminaré un paso más porque todos los pasos que doy tendrán la consecuencia de llevarme a ese lugar en el que podré contar mi cuento.
El tiempo dirá como bien canta “The Killers”, éstos asesinos que han matado mi tristeza y que me alimentan de esperanzas para poder seguir narrando otros cuentos que no son cuentos sino realidades que contaré y con las que por hoy cuento.
Por: Evangelina Jiménez O.