Abriendo alas

Los hijos se van pero tu vida continúa

Es ya lugar común que los padres han de ayudar a sus hijos para que asuman -en la medida que lo va permitiendo su evolución personal- sus responsabilidades, y que deben potenciar su autonomía ayudándoles a prepararse para vivir de forma independiente. Esa dedicación tan generosa en esfuerzo, desvelos e incluso angustias, cuestionándose a cada momento si lo están haciendo bien ¿la aplican los padres en la potenciación de su propia autonomía como personas?

No son pocos los hijos que, deseosos de independizarse y con posibilidades de hacerlo, se demoran en irse de casa por no causar en sus padres esta penosa sensación de vacío. Y son muchos los padres que, con la mejor voluntad, frenan la emancipación de sus hijos y la suya propia, como reacción ante el miedo a las incertidumbres que depara el futuro. Cuando los hijos deciden dejar el hogar paterno para comenzar a desarrollar un proyecto autónomo, muchos padres se preguntan si, una vez los hijos fuera de casa, procede seguir siendo padres como hasta ahora. La respuesta es sencilla: seguirán siéndolo mientras vivan. Al igual que los hijos, aunque formen su propia familia o residan en una vivienda propia. El proceso de emancipación de los padres consiste en superar la sensación de pérdida que genera la marcha de los hijos y en implicarse en las etapas y en la evolución que esa emancipación entraña.

 

 

No sobreproteger

Ciertas relaciones entre padres e hijos son difíciles de abordar, por el fuerte vínculo emocional que les une, por el peso de tantos años de vida en común, y por las contradicciones que en unos y otros surgen a la hora de dar el paso de la emancipación. La tendencia sobreprotectora de algunos padres propicia que los hijos manifiesten dudas a la hora de tomar decisiones y que necesiten apoyo permanente, de acostumbrados que están a la orientación y la incondicional protección de sus padres. Hacer cosas en su lugar, hablar y pensar por ellos, decidir por ellos, proveerles de todo lo que necesitan, no sólo frena la emancipación de los jóvenes sino que, además, refuerza la necesidad que los padres tienen de sus hijos.

Padres e hijos son entidades independientes que hacen una parte del camino juntos, admitiéndose y abordando las situaciones, marcándose límites y objetivos comunes y propios, y amándose como partes de una unidad familiar. Se es padre o madre porque existen los hijos y viceversa. Y el máximo exponente de la emancipación es que padres e hijos dispongan de un territorio propio, de viviendas independientes.

Emancipación mutua

La emancipación de padres e hijos debe comenzar mientras se comparte hogar. No es una circunstancia inevitable a abordar cuando los hijos se van de casa, debe comenzar cuando llegan al mundo. El abandono del hogar es un hito importante y a veces doloroso, pero no deja de ser una etapa más de la vida. Preparar la emancipación de los hijos ha de significar paralelamente hacerlo con la de los padres. Así, fomentar la autonomía de los hijos ha de propiciar la independencia de los propios padres hacia sus hijos. Que valorarán la vida independiente y se esforzarán por alcanzarla en la medida en que sus padres hagan lo mismo por su propia autonomía. No hay que temer a la independencia, porque si se gestiona bien no supone ausencia, desvinculación ni abandono. La independencia responsable y consciente proporciona la auténtica libertad, esa que puede habilitar entre padres e hijos un espacio de dependencia deseada y equilibrada, bien distinta de la basada en los lazos de necesidad que mantenemos con quienes nos rodean.

Vive y deja vivir

Practicar el respeto entre hijos y padres supone reconocerse mutuamente ámbitos de libertad, de crecimiento personal y de vida propia. Hay que ir preparando a los hijos para que acepten su independencia con todas las consecuencias. Las obligaciones respecto a los hijos deben ser cada vez menores. Los padres necesitan recuperar esos espacios de libertad que dejaron muchos años a un lado ante la prioridad de sacar adelante a sus hijos, de educarles y ayudarles.

Algunas mujeres se siguen aferrando a su papel de madre para sentirse seguras y útiles, y reprochan a los hijos su desapego y "el pago que recibo tras tantos desvelos". Parece que quisieran seguir manteniendo ese vínculo, ese metafórico cordón umbilical, que frena e incluso impide la emancipación no sólo de los hijos sino también de los padres.

En ocasiones, no se trata tanto de conseguir momentos de libertad por parte de los padres sino de conquistar la libertad interior para poder terminar reconociendo vital y efectivamente lo que enuncia el poema de Gibran: "Tus hijos no son tus hijos", en el sentido de que ellos deben tener su propia vida y los padres, la suya.

Tipos de padres

Padres desapegados y distantes. Han vivido la relación paterno-filial con cierta frialdad, porque han confiado la educación de sus hijos a instituciones u otras personas desde los primeros años o porque han vivido fundamentalmente para sí mismos. Es una emancipación egoísta que hace que los vínculos entre padres e hijos sean débiles. Estos padres ejercieron desde tan pronto el derecho a la emancipación que abusaron de él.

Padres posesivos y absorbentes. Todo son desvelos y preocupaciones. Los hijos nunca están suficientemente maduros, "siguen siendo unos críos...". En el fondo, subyace la inseguridad de unos padres que necesitan desempeñar ese papel para sentirse bien y para dotar de sentido a su vida. No sólo no se emancipan a medida que el hijo crece sino que frenan la emancipación del hijo. Así, sobreviene la crisis cuando el hijo o hija abandona el hogar. Y como no obtienen la recompensa a sus desvelos se quejan: "cría hijos para esto".

Padres razonablemente emancipados. Desde un principio, han entendido que tener hijos significa aceptar un proceso de individualización por ambas partes. El hijo es cada vez más él mismo, más separado de los padres y de los otros hermanos, y los padres son también cada vez más autónomos. Esta actitud respetuosa permite que los hijos crezcan en responsabilidad, fuertes y con capacidad de tomar decisiones. Y que los padres vayan recuperando tanto su identidad como hombre y mujer -y no sólo como padre y madre- como su capacidad de vivir experiencias y actividades al margen de los hijos.

Los padres también deben vivir su vida

Es necesario que los padres se desarrollen y se potencien a nivel de pareja y de personas individuales, con el mismo empeño que pusieron en que sus hijos se convirtieran en seres autónomos. Los padres, cuando los hijos todavía siguen en casa, han de encontrar espacios y tiempo para sí mismos. Han de comenzar a emanciparse de los hijos mucho antes de que se vayan. Han de mentalizarse a no recibir de sus hijos tanto como ellos les dieron. Si no, vivirán en una decepción permanente. Emanciparse de los hijos, vivir la maternidad o paternidad desde otra perspectiva, es una etapa más del proceso de ser madre o padre. Esta emancipación de los padres no significa dejar de interesarse por lo que ocurre a sus hijos ni renunciar a la relación familiar. Simplemente, es articular un nuevo formato de relación, que cuesta asumir y aplicar pero que permite un desarrollo satisfactorio tanto a padres como a hijos.

Escrito por Fundación Eroski

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