Cuando llegamos a determinada edad, sentimos que nos queda poco tiempo para hacer aquellas cosas que no hicimos en su oportunidad, y una urgencia por lograrlas casi se transforma en una carrera alocada a contra tiempo.
Esos cuarenta, cincuenta y tantos o más abriles, más que experiencia, se traducen en la carga muerta de nuestra maleta emocional. Llevamos un costal con piedras sobre la espalda, soportando las omisiones y errores que cometimos a lo largo de nuestra historia, y cuando reincidimos, la factura que nos pasamos es más y más alta.
Pero, honestamente, ¿cómo sabemos que son los últimos cartuchos? ¿Cómo sabemos que más luego no tendremos posibilidades? Si bien es cierto que la vida es ahora, que sólo tenemos este instante, vivir asustados a que el tiempo no alcance, tampoco es una forma de disfrutar de la vida.
Mi mamá diría que a pesar de tener vida, uno a determinada edad puede hacer cosas que a otra no; y eso es un hecho. A los 18 años puedo correr y saltar, modelar, e iniciar una carrera como deportista; a los 60 años, mi biología me limita; es real pero puedo disfrutar de otras tantas maravillas.
La vejez, mal tan aberrante, no es más que una conversación limitante acerca de nosotros mismos. El cuerpo pierde fuerza, vigorosidad, pero la vejez en sí misma es el fantasma que nos bombardea a través de los productos, avisos publicitarios. Tintes, prótesis, calcio, cremas, lociones, pañales, fajas, lentes, llegan a nuestros sentidos constantemente información de lo “que tenemos que hacer” para no envejecer, para detener el tiempo.
Es una gran falacia. Tal vez si viviéramos más complacidos, y satisfechos la vida, la vejez como cuarta estación no sería una muerte anunciada, sino un pasaje de equilibrio y paz; un remanso donde descansar; un espacio de recreación con uno mismo.
Por eso la mejor ciencia para llegar a la vejez en plenitud, es vivir el día a día con plenitud. Conectándote con tu ser, corriendo riesgos para alcanzar tus sueños, compartiendo tus emociones, permitiéndote reír sin importar lo que digan los demás, abrazando y besando, llenándote cada día de aire fresco, renovando la inocencia, la capacidad de asombrarte de ti mismas, y el mundo.
¿Tú como vives tu presente?
Escrito por: Chuchi Gonzalez