Bienestar

Mi pasión por la vida

Ayer por la noche platicaba con mi hija de 16 años. Ella me contaba con gran angustia de lo difícil que le está siendo ubicarse en este momento de su vida, lo duro que es tratar de pertenecer a los grupos de amigos, la impotencia ante situaciones de alcohol y cigarro, el primer amor perdido… en fin, lo que algún día yo misma viví. Ella tenía lágrimas en sus ojos, yo también, la abracé con gran amor, compasión y empatía, mi niña, mi pequeña niña, ¿en qué momento creció?, ¿en qué momento me convertí en esta mamá madura, con la capacidad de dar un abrazo así?

 

El camino ha sido largo y complicado, con muchísimos momentos de dolor intenso, con otros tantos de inmensa felicidad.
Hace no muchos años yo era una mamá dura, enojona, alejada, con muchas ganas de ser la mejor pero con pocas posibilidades, puesto que la relación con mi propia madre fue de mucho sufrimiento.
Yo trataba de vivir la vida que me dijeron y que me enseñaron que “debía ser”: esposa, madre, ama de casa, mujer, trabajadora, hija, hermana, nuera, amiga, católica, exitosa, independiente y perfecta. En un instante me olvidé de reír y de divertirme, me la pasaba todo el día ocupada en cumplir con todo y con todos. Mis hijas me decían que yo era una mamá enojada, lo triste es que era verdad, estaba enojada con el mundo entero, todo me parecía imperfecto, todos me parecían imperfectos y eso no podía caber en mi “perfecto mundo”.
Y un día sucedió que mi mundo perfecto se quebró, un accidente de coche mando a mi mamá al hospital por casi 5 meses. Durante todo ese tiempo diario pensábamos que no sobreviviría. Para mis hijas fue como si su abuela hubiera muerto pues no podían entrar al hospital. Mis pequeñas apenas tenían 3 y 1 añitos. La grande ya asistía a una guardería pero a la pequeña, que cuidaba mi mamá, la tuve que llevar a la guardería también.
He cambiado 180°. Sigo siendo una niña lastimada, pero sé que esas heridas son el fundamento de lo que ahora soy: una mujer apasionada de la vida En mi trabajo me apoyaron bastante, no tenía que estar todo el tiempo en la oficina y todos mis compañeros y mis jefes me respaldaron al 100%. Sin embargo no fui capaz de mantener la situación porque yo era demasiado responsable y quería seguir siendo perfecta en todo. La presión emocional fue demasiada.
Hasta que llego un día en que no pude contener más mi furia interna y le di de nalgadas a mi Carlita, alguna tontería, pero yo ya no podía más, le pegue con todas mis fuerzas. Aún recuerdo ese día como si fuera ayer, me estremezco, una lágrima se derrama por mi rostro, su piel quedo muy roja y ella lloraba sin consuelo…sentí que me moría y tal vez así fue, me morí por dentro, no pude más, todo se derrumbo, no existía ninguna mamá perfecta, nunca existió.
Renuncié a mi trabajo, con todo el peso que para mi familia significaba eso: un fracaso.
¿Cómo era posible que con una carrera tan buena ya de 12 años, con un buen puesto, un horario maravilloso, en un instituto de salud prestigioso y yo renunciará?, ¡por favor que niña tan tonta!, y ahora, ¿a poco vas a dejar que te mantenga tu marido?, ¿vas a depender de él?...y así lloré y lloré y lloré y me sentí fracasada, y me sentí inútil y me sentí culpable, y me sentí muy desdichada y me deprimí.
Y entonces una amiga me invitó a asistir a un diplomado de Orientación Familiar y descubrí un montón de cosas, y lloré y lloré, y me enoje y me desespere…
Y estudié un diplomado de Desarrollo Humano y descubrí otro montón de cosas, y lloré y lloré y me enojé y me desesperé…
Y estudié un diplomado de Biblia y lloré y lloré y me enojé y me desesperé y me llené de Dios…
Y empecé a trabajar con familias y a dar talleres para padres y empecé a ser MAMÁ, y empecé a ser esposa y empecé a ser hija y empecé a ser mujer y me conocí y conocí a mis hijas y empecé a divertirme y a reír y a soñar y a ser feliz cada día de mi vida, a ser muy feliz en ese abrazo de dolor compartido con mi maravillosa hija de 16 años, y a ser feliz compartiendo las penas de mi también maravillosa hija de 14 años. Y empecé a estar profundamente agradecida por vivir todas las experiencias vividas, porque ahora soy capaz de entender a la gente y soy capaz de ayudar y de escuchar y soy capaz de sentir sin miedo. Ahora puedo unirme al dolor de los otros y mirar sus corazones sin juzgar.
¿Que cómo he cambiado en estos casi 17 años? He cambiado 180°. Sigo siendo una niña lastimada, pero sé que esas heridas son el fundamento de lo que ahora soy: una mujer apasionada de la vida.

Escrito por: Yvonne Armand Villa

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