La huella del abandono
Escrito por Julieta Lujambio
La periodista Julieta Lujambio aborda en su nuevo libro “Papá, ¿por qué no estás aquí? las posibles consecuencias existenciales de haber sufrido el abandono emocional del padre y la manera de encontrar un camino para superarlas. Aquí reproducimos un capítulo de su obra reciente editada por Diana.
Es para muchos conocedores de las emociones humanas, la huella más dolorosa y profunda, y más si el abandono viene de cualquiera de los dos padres. Muchas veces sobre esta huella se estructura la falsa personalidad y se determina, entre otras cosas, el código secreto de conductas compulsivas y destructivas. La falta de comprensión del hecho de haber sido abandonados - aunque no haya sido deliberadamente- crea un vacío existencial que aísla, deprime y propicia, en ocasiones, una pérdida de autoestima y estados de angustia y confusión intensos. En casos extremos se puede llegar a algo muy cercano a la fractura de la personalidad, es decir, a severos problemas psicológicos y mentales.
Si la huella de abandono permanece a lo largo del tiempo el individuo puede desplazar ese sentimiento a personas con quienes mantiene una estrecha relación afectiva y puede llegar a crear vínculos un tanto enfermizos y co-dependientes atribuidos al temor que experimenta al recordar anteriores abandonos y separaciones. El caso de Lucía, quien ahora es una mujer de 38 años, es el de una niña abandonada por el primer hombre de su vida -su papá- y se siente echada a un lado, indigna de recibir el amor de otro hombre.
La huella del abandono conlleva no solo el miedo a ser abandonado sino también el temor a ser rechazado y a comprometerse. ¿Se te hace conocido el caso de un hombre que ha estado apunto de casarse varias veces y deja plantadas a las novias casi a la puerta de la iglesia porque “pensó que no era el mejor hombre para ellas”? Hay muchas maneras sutiles de crear los mismos escenarios que se temen, lo cuál obviamente refuerza los temores. ¿Cómo no pensar que si mi papá me rechazó y me abandonó, no van a hacer lo mismo las demás personas? Detrás del comportamiento de hombres y mujeres que no se comprometen habría que ver si no hay una historia de abandono en el que la persona en que más confiaban les falló o se fue.
El padre es una figura tan significativa en la vida de cualquier persona que aunque se haya ido, sigue vivo en la mente de los hijos e incluso en su corazón. Hay quienes lo buscan afanosamente por años, aunque no sea físicamente, alimentándose con pedacitos de información. Cristina y Elide buscaron a su padre ya adolescentes en Guanajuato. Le siguieron la pista porque no creyeron en la historia que les inventaron para explicar su repentina desaparición. Ellas lo recordaban cercano y cariñoso y sufrieron amargamente la pérdida del papá durante años. La mamá trató de echarle tierra al padre en su afán de evitar que las hijas lo extrañaran. Las niñas lo idealizaron y ninguna explicación les hacía sentido. En Celaya, lo encontraron y no estaba solo. Tenía una mujer con tres hijos. Con lágrimas en los ojos Cristina, la joven de 17 años, me comentó: Nunca hay una seguridad en lo que encuentras. Mi padre ya no era él, ahí me di cuenta de que nunca lo fue. Se trataba de un extraño.
Otro comportamiento común entre la gente que sufre la huella del abandono tiene que ver con su sexualidad. Es curioso pero una estadística del Instituto de Paternidad de los Estados Unidos declaró que los adolescentes criados sin sus padres tienden a tener relaciones sexuales antes que aquéllos educados en un hogar con ambos progenitores. Algunas niñas sin padre creen incluso que tener un bebé es la gran solución para la soledad y una medida preventiva para el abandono. Desafortunadamente ese pensamiento es errado.
Algunas otras personas criadas sin su padre canalizan su furia contra él hacia una obsesión que puede ser muy destructiva. O puede ser que la ira se enmascare de tristeza y entonces desarrollen una profunda depresión. Una compañera en la especialidad en Logoterapia que tomé, una vez llevó el caso de un señor de más de sesenta años para ser supervisado por nuestra facilitadora. Se trataba de un caso de depresión acompañado de muchas dolencias físicas, que había llegado al grado de tener ideaciones suicidas constantes y hasta a comunicarle a mi compañera, que le estaba dando terapia, las posibles formas de acabar con su vida. Era un caso de extrema urgencia y hubo que tomar medidas preventivas para que no ocurriera el suicidio. Sin embargo, después de un internamiento en el hospital, fue tratado amorosamente permitiéndole que experimentara el dolor a fondo a pesar de los medicamentos anti-depresivos que le estaban administrando. Resultó que durante años había estado alimentando la ira hacia el padre que lo había abandonado en su infancia. Ese dolor no sentido y enmascarado se fue transformando en depresión. No había podido tener una psicoterapia anteriormente y ese sufrimiento se convirtió en una bomba de tiempo.
Desgraciadamente en nuestra sociedad la depresión no se atiende a tiempo siendo que da mensajes importantes sobre lo que está pasando en la vida y que necesita ser atendido. De hecho todas esas sensaciones de vacío en el alma, el sin-sentido, están ahí para avisarnos que hay que movilizar nuestros recursos internos para encontrar un nuevo significado a nuestro dolor. El sufrimiento no puede desaparecer por sí solo si antes no se lleva a cabo un profundo trabajo de psicoterapia que ayude a encontrar sus causas para luego aprovecharse de él para crecer.
Esa persona que padeció en carne propia el abandono de su padre pudo haberse convertido en un sujeto que abandona, sobre todo si involuntariamente se identifica con quien lo abandonó porque le adjudica atributos que tal vez no tenga pero que le resultan convenientes para explicarse su abandono. La mente y la respuesta emocional de los seres humanos a veces son tan difíciles de comprender. En ocasiones nos encontramos haciendo justo lo mismo que tanto nos hizo sufrir, repitiendo despiadadamente patrones de conducta negativos que son inexplicables.
La buena noticia es que la huella de abandono puede superarse, en ocasiones con un facilitador y dentro de un proceso terapéutico que tiene por objeto reconciliarse consigo mismo y con la persona que lo abandonó sin que necesariamente esté presente, volviendo a tener relaciones afectivas sanas y equilibradas y un proyecto de vida libre de heridas del pasado. Otras veces ocurre que el propio poder desafiante del espíritu se impone apelando al deseo de dejar de sufrir. Entonces es cuando se elabora la pérdida y llega la comprensión y compasión hacia la persona que abandonó y entonces se supera esa circunstancia dolorosa.
Haber sido víctima de un abandono parecería que pone a las personas en una posición muy desventajosa y -en parte- es cierto. La presencia del padre en el desarrollo de la personalidad del hijo es sumamente importante como veremos en el capítulo siguiente, sin embargo no es determinante para tener una existencia feliz. El ser humano tiene la capacidad para decidir, cómo quiere enfrentar lo que le ha pasado, es decir, tiene la libertad de elegir qué postura tomar frente a los embates y carencias de la vida y responsabilizarse de esa respuesta. El abandono puede tomarse como una condición a superar o como un hecho devastador que justifique sufrimiento y vacío existencial, eso lo decide la persona que fue abandonada. Hay personas que dicen “SÍ a la vida, a pesar de todo” y hay quienes eligen decir “NO, a pesar de tener muchas otras cosas buenas a favor”. Es una decisión personalísima sobre la cuál, sin embargo hay que hacerse cargo.
Nada puede traerte la paz sino tu mismo
Emerson
Esa paz llega cuando por fin se logra comprender que vivir es toda una aventura en la que hay muchas variables que no podemos controlar. Que las cosas suceden en contra nuestra -muchas veces- sin ser merecedoras de ellas. La paz llega cuando se acepta la adversidad como condición de vida y se ponen en marcha los recursos con los que fuimos dotados para superarla. El doctor Viktor Frankl, creador de la Logoterapia, habla del “poder desafiante del espíritu”, de esa fuerza capaz de oponerse al destino no para transformarlo sino para aceptarlo, trascenderlo y verlo como oportunidad para crecer espiritualmente.
A esta fuerza ahora se le ha dado en llamar en los círculos psicoterapéuticos resiliencia, que viene del latín “resilio” que significa volver atrás. En Física se usa para describir la capacidad de ciertos materiales para volver a su forma original. Como el hule espuma, que por más que una aplanadora le pase encima, regresa a tomar la forma que tenía antes. En psicología la resiliencia es la capacidad que tiene el ser humano para salir fortalecido de una adversidad.
Dice Julia Borbolla, psicóloga clínica, que la resiliencia no supone recuperar lo perdido o recobrar el estado anterior de bienestar. Sabemos que después de un golpe fuerte nada es igual, pero a partir de la resiliencia lo nuevo también puede ser positivo. Resiliencia significa no quedarse en la carencia; crear algo bueno, algo funcional, algo positivo a partir del dolor.
La persona que se siente abandonada puede transformar ese significado de lo que vivió en la separación y así convertirse en alguien que vive con más plenitud y confianza en la vida. Para ello hay que llegar a conocer los rasgos que forman la raíz de una personalidad que se ha sentido desamparada, con una gran angustia existencial, sin sentido de pertenencia y hasta con un severo conflicto de identidad. De lo que se trata con el proceso de la superación del abandono es justamente recuperar la identidad, en otras palabras, saber quién soy, qué quiero y hacia dónde voy, no gracias a que tuve dos padres que estuvieron conmigo en la crianza, sino a pesar de que uno de ellos, o ambos fallaron en su más importante tarea, y aún así, desear encontrar el camino de la felicidad y vivir en plenitud, con la absoluta convicción de que la vida tiene sentido en cualquier circunstancia (Frankl).
Escrito por Julieta Lujambio