Es un gesto sencillo –basta mover unos 17 músculos alrededor de la boca y los ojos– que muestra alegría, amistad o tal vez placer. Pero incluso si no nos sentimos así, si nuestro estado anímico no es el más favorable, vale la pena sonreír.
Sonreír es algo innato, incluso antes de aprender a hablar ya brindamos nuestras primeras sonrisas a quienes nos rodean; los niños lo hacen constantemente, pero parece que con el paso del tiempo vamos perdiendo esta cualidad. No siempre es fácil, no nos nace sonreír ante las dificultades de la vida diaria y las situaciones inesperadas que pueden ensombrecer nuestro día. Sin embargo, es un hábito que todos deberíamos retomar. Sonreír tiene beneficios físicos, mentales y sociales.
La sonrisa libera serotonina, endorfinas y otras hormonas que mejoran nuestro estado de salud reduciendo el estrés, aliviando el dolor y disminuyendo la presión arterial. Estudios recientes también apuntan a un vínculo entre la longevidad y la sonrisa.
Sonreír transmite confianza al tiempo que nos impulsa a confiar más, es una herramienta básica de convivencia y puede ser la primera señal para establecer contacto, dado que sirve una señal de que somos amigables. Nos hace lucir más atractivos y accesibles, mejora nuestra autoestima y ayuda a combatir la timidez y el miedo al ridículo.
Sonreír aumenta nuestra disposición para hacer las cosas, nos ayuda a concentrarnos mejor y ampliar nuestras perspectivas en la búsqueda de soluciones.
Incluso si no nos sentimos muy animados, hacer el esfuerzo de sonreír puede mejorar nuestro ánimo. No importa si al principio sentimos que la sonrisa es fingida, las señales son enviadas al cerebro y nos sentiremos auténticamente mejor.
Escrito por: Elena Pedrozo
