Escrito por: Adriana Barroso
¡Hola! Espero que el cuento de “La Princesa” les haya ayudado a irse sumergiendo en ese mar maravilloso que es el “sí mismo”, con toda su historia, sus circunstancias y todo lo que nos puede enseñar. Para ir cerrando este ejercicio, les comento que el autoconcepto es un componente de la autoestima. El autoconcepto se va formando desde los primeros años de vida. Recordemos que un bebé es un ser nuevo en este planeta. Este pequeñín no conoce nada de lo que se considera bueno o malo, normal o anormal, bien visto o mal visto, valorado o no valorado, etc.
Son sus padres, hermanos, tíos, cuidadores, en fin todos aquellos que están cerca de él o ella quienes con sus comentarios, juicios y calificaciones van diciéndole lo que es. Piensen por un momento en un bebé y su carita relajada, disfrutando del mundo. Para él no es importante el color de su piel, de sus ojos, si es considerado feo o bonito, si le pusieron un traje azul o morado con puntitos verdes. Va siendo con el tiempo que sus espejos, es decir, sus personas cercanas le van diciendo cómo considerarse. Y es aquí donde tenemos la oportunidad de hacer un poco de trabajo personal y reflexionar ¿qué autoconcepto tengo de mi misma? ¿Es positivo o negativo?, ¿en qué áreas de mi vida? Si es negativo: ¿es real o es la percepción de alguien más? ¿Me está estorbando esa creencia negativa para mi desarrollo, mi crecimiento personal o bien en mi autoestima?
Para ejemplificar les compartiré que en mi caso, mi mamá siempre me decía que usara faldas largas o pantalones. Con el tiempo, yo me empecé a sentirme incómoda, podría decir queEs deseable y sano que seamos nostras mismas las proveedoras de una adecuada autoestima hasta avergonzada, de mis piernas. Me parecían feas, aunque mis amigas me aseguraban lo contrario. Cuando inicié mi proceso personal de autoconocimiento, le pregunté a mi madre por qué siempre me había dicho que no usara faldas cortas, si yo tenía las piernas deformes o qué pasaba. Ella me confesó que mis piernas eran atractivas y no le gustaba que los hombres las vieran. En ese momento sentí tal descanso, que me olvidé de la creencia de “mis piernas feas y deformes” con la que batallé por 23 años y las ¡comencé a lucir, a apreciar y a disfrutar! Como ven, el prejuicio de mi madre afectaba mi autoconcepto.
En lo tocante a la autoestima, a ésta la podríamos definir: como la apreciación que tengo de mi mismo. Saber que soy un ser humano con defectos y virtudes y quererme como soy. Quererme en las buenas y en las malas; cuando tengo aciertos y equivocaciones. Cuando puedo verme y aceptarme puedo cambiar, si quiero, lo que no me gusta.
Es importante saber de quién o quiénes vinieron nuestras primeras dosis de autoestima porque a veces es muy fácil entregar la vida a quien nos hace sentir bien. Sin embargo ¿qué pasaría si esa persona se va? En nosotras, como adultas, es deseable y sano que seamos nostras mismas las proveedoras de una adecuada autoestima. Recordemos que nadie puede dar lo que no tiene; entonces, cómo vamos a dar amor si no nos queremos o bien cómo vamos a enseñar a nuestros pequeños a tener una autoestima alta si la nuestra es baja.
Finalmente, el amor incondicional es quererme en cualquier circunstancia, quererme porque simplemente soy. Para los niños es muy gratificante y sano saber que sus padres siempre los quieren. Sin embargo, por lo general, pueden interpretar o sentir que cuando sus padres los regañan ya no van a ser queridos; o bien, que si no hacen lo que sus padres quieren ya no van a ser dignos de amor. Y ahora te invito, nuevamente, a trabajar: recuerda si tuviste amor incondicional en tu hogar, si te quieres incondicionalmente o si has sido capaz de transmitir amor incondicional.
Hasta aquí este espacio de trabajo. Les deseo una excelente semana, y estaremos en contacto para platicar una historia de amor incondicional.
Escrito por: Adriana Barroso
