Escrito por: Evangelina Jiménez O.
Desde hace días traigo un ruidito, así como los que luego escuchamos que hacen nuestros autos, un chillido molesto que no me deja en paz. Silencié la música para poner atención y tratar de identificar su origen, la canción “Joy Ride” de “The Killers” dejó de tocar y el molesto sonidito seguía y seguía. Al ser incapaz de reconocer el origen de tal bullicio por supuesto que lo ignoré y canté mi canción que minutos antes había interrumpido, mi indiferencia lo acentuaba con gran intensidad.
Antes de ir a dormir, el equito clamaba atención, es difícil atemorizar mi sueño, es rejego y cuando decide ir a dormir, nada lo impide, así que hasta el día siguiente al tomar el baño diario accedí a escucharlo. ¿Cómo pude no darme cuenta? Ese molesto bramido era de mi ratón mental que contrario a mi sueño, llevaba días sin dormir y que aclamaba mi atención sin intención.
En efecto llevaba días trabajando, según él quería ordenar mis ideas y ya llevaba bastantes madrugadas abriendo archivos y etiquetándolos en orden alfabético ¡qué estrés! Lo agradezco soy bastante desordenada mentalmente, lo que no gratifico es que abrió documentos que estaban clasificados como “confidenciales”, le llamé la atención de inmediato.
Su respuesta se perdió por las paredes de mis oídos, porque el silencio no apareció, el carrizo por el que se ejercita estaba lleno de polvo, con razón olvidé pagar el seguro de mi coche y la contraseña de mi computadora. Por un momento entré en pánico, la vida de mi memoria peligraba, decidí hablar el lenguaje del roedor mental para pedirle que si ya iba a dictaminar mis archivos mentales, debíamos establecer ciertas reglas:
1.- Los “documentos confidenciales”, no se tocan, son fáciles de identificar dicen “recuerdos prohibidos”, déjalos.
2.- No abras aquellos que cerré con pegamento, lo hice precisamente para no volverlos a abrir; y
3.- El archivo mental muerto, se queda en el archivero del rincón, el negro, nadie puede abrirlo, ni limpiarlo.
Por supuesto que rió a carcajadas ¡canijo roedor! Ya que se canse, a mí ya me agotó y ni siquiera estoy pensando en lo que debo, olvido cosas, más que antes y me pierdo en los recuerdos clasificados que dejé en ese archivero del rincón, los que por cierto me arrebaté con él durante horas, nos enfrascamos en una pelea intelectual desgastante y el caos total surgió cuando llegó al cajón de las dudas y la incertidumbre, perdí la razón y le solté una bofetada al tiempo que le grité ¡ratón desobediente!
Después del golpe perdió el sentido del orden ¡Gracias a Dios!, se quedó dormido musitando algo así como “lo siento”. Respiré profundo y lamenté enormemente la violencia, pero esos cajones no deseo que sean abiertos y la indisciplina del ratón no podía ser más fuerte que el tiempo que tomé en cerrarlos y desordenarlos. Esos sí debería de triturarlos y no las otras tantas memorias que vale la pena tener cerca para cuando las necesite.
Mi ratón mental y yo siempre nos hemos llevado bien, somos grandes amigos, no quería que nuestra relación se rompiera pero tampoco podía ceder a su insolencia, así que le dejé un pedacito de papel para que lo ordenara cuando despertara que decía “buenos momentos”, le pedí que esos los dejara en un cajón a la mano al lado de una nota que decía “para recordarlos juntos” y le prometí que cada noche le llevaría un papelito nuevo para que lo archivara en ese cajón.
Supongo que despertó por la madrugada porque esa noche tuve un sueño relacionado con mis recuerdos, pero no con esos que estaban en los documentos confidenciales, sino más bien con extractos de los buenos momentos. Entre sueños imaginé que ya había ordenado el papelito. Dormida sonreí, aún lo recuerdo y entre sueños le indiqué que ese cajón pronto necesitaría más espacio.