El drama de las relaciones
Escrito por: Chuchi Gonzalez P
¡Es que las relaciones son difíciles! Dice la lengua popular, y por supuesto que involucra cualquier contexto de relación, las de pareja, hermanos, amigos, compañeros de trabajo, con los jefes, y qué decir entre hijos y padres.
Pero si lográsemos soltar los dichos, los cuentos que nos cuentan como verdades, los mandatos culturales, y sostener la mirada desde una perspectiva más objetiva (aunque sé que esto es pedir peras al olmo, somos observadores de la vida, por lo tanto la interpretamos a cada momento, la exigencia de objetividad es una utopía) y preguntarnos ¿Qué son las relaciones sin nosotros? ¿Qué somos nosotros sin ellas? ¿Desde dónde las vivimos, quienes somos frente al otro, y quién es el otro frente a mí?
Por supuesto que TODOS sabemos que las relaciones no son ni buenas ni malas, sólo son, y que los condimentos los agregamos nosotros, como también es cierto que “nuestro lenguaje no es inocente” (esto lo dije en varios artículos, pero el público se renueva) siempre buscamos un chivo expiatorio en donde descansar nuestros fracasos o frustraciones.
Imagínate, si las relaciones son difíciles, ¿Qué más puedo hacer yo con ello? ¿Qué resultado puedo crear? ¿Algo positivo? Tal vez al principio, pero sí creo que son “difíciles” cualquier viento huracanado me dará la razón, y me quedaré llorando sobre la leche derramada, huyendo porque no hay más nada que hacer, o cerrando para siempre las puertas a nuevas posibilidades.
Ahora, si me replanteo esta creencia, si me observo y observo a los demás, y descubro la más cruel de las experiencias: Los otros, los de afuera de mí, no son como yo, tal vez obtenga una cabal muestra de por qué las relaciones “son difíciles”.
Es decir, cuando nos relacionamos o vinculamos, no debemos perder de vista que ese Otro es otro diferente a mí, y aunque esto suene trillado, y aprendido de memoria, en la práctica nos comunicamos como si lo desconociéramos.
Actuamos y vemos la vida desde nosotros, con la falsa presunción de que los demás también actuarán como nosotros. Es repetitivo escuchar: ¿PeroCuando nos relacionamos o vinculamos, no debemos perder de vista que ese Otro es otro diferente a mí
cómo me puede decir eso, yo en su lugar? ¡Yo esperaba que hiciera tal o cual cosa! ¿Cómo se puede comportar de ese modo?
Todas estas exclamaciones o interrogantes tienen como origen nuestra capacidad de no reconocer al otro como alguien auténtico, legítimo y diferente a mí.
Y es verdad, el mundo sería maravilloso (the world would be wonderful) si estuviera plagado de “yo” ¿Lo imaginas?, algunos dirán: ¡Sería aburrido! o ¡Sería un mundo increíble! (adhiero con los vanidosos) pero por “gracias o desgracia”, hay un único YO y abundan OTROS YO distintos a mí.
Esta aceptación a conciencia es la que puede diferenciar a las relaciones de “fáciles o difíciles”; algunas parejas se separan con la excusa “ es que pensamos distinto; tenemos distintas formas de ver la vida” y yo les digo CLARO!!, eso nos pasa a todos. Todos somos observadores únicos, podemos coincidir en opiniones con otros, pero somos únicos, e irrepetibles. Por eso a esta altura cuando algún hombre me dice con tono sugestivo “eres única”, ya sabes, no me sorprende, todos los somos.
Aunque es una tarea ardua internalizar este proceso, es por bien seguro de las relaciones interpersonales que queremos sostener en el andar de nuestra vida. El amor es algo más que espontaneidad, exige de nosotros “voluntad”, si comenzamos a recordar que cada vez que interactúo con los demás, somos ellos con sus mundos y yo con el mío, y desarrollamos la empatía, la capacidad de ponernos en los zapatos de ese o esa ¿Qué nos dirían esos zapatos? ¿Cómo sería andar con ellos, por dónde irán? ¿Qué pesos soportarán a diario?
A veces cuando fluyes de tu ombligo y juegas a “ser el otro”, las sensaciones que se revelan te pueden dar vuelta una conversación interna negativa, comprender, y hasta cambiar de actitud.
Aceptar al otro distinto a mí, no significa que apruebo todo lo que hace, por el contrario, implica que sé que por su estructura de personalidad, su contexto histórico, social, económico, sus creencias, su experiencias, actúa de ese particular modo; y si algo de “ese “no es compatible con mis valores tengo la oportunidad de elegir quedarme o irme.
Aceptar al otro es saber de antemano que en muchas oportunidades no vamos a coincidir, que tal vez nos atraigan la sangre, lo físico, lo emocional, el alma, pero que las diferencias bien entendidas, lejos de separarnos nos une, porque nos estamos reconociendo como dos extraños capaces de llegar a un punto en común.
Escrito por: Chuchi Gonzalez
Coach ontológico Motivacional, escritora