Escrito por: Yraida Carolina Moreno L.
El destino nos llevó por caminos diferentes, y aunque son pocos los recuerdos de mi infancia que tengo junto a ti, los que tengo me llenan la vida de valor… el color se lo he puesto yo a lo largo de los años.
Tu ausencia me dejó un largo duelo. Hoy, ya puedo advertir y sentir los colores de mi primavera, el re-nacer de cada día y sus bendiciones, entre ellas, tú.
Los pocos cabellos que aun reposan en tu sabia cabeza y que brillan como luz, me iluminan. Me recuerdan tus inteligentes consejos sobre política, construcción, caballos y plantas.
Las señas del tiempo marcadas en tu rostro andino, me hablan de la experiencia en la vida.
Tus hombros, alguna vez me alzaron y desde esas alturas pude contemplar con asombro cuan distintas se ven las cosas.
La piel abierta de tus manos, muestra de que araste con ellas para darnos alimento, me enseñaron el valor del trabajo.
Tu abrazo, en circunstancias precisas, me hizo sentir protegida aún en tu ausencia.
Tu paso rápido por las calles del pueblo, el campo y la gran ciudad, me enseñaron a ir más lejos y no esperar autobús cuando se está cerca del punto al que se quiere llegar.
Y cada vez que me veo frente al espejo o en la poza de agua dulce contenida en las raíces del árbol grande, allí, veo mi lado derecho y en él, a ti papá.
Gracias por depositar tu semilla fértil en el vientre de mamá y hacer en ella mi Vida.
A lo que fuiste y lo que eres,
A lo que me negaste y me diste;
A ti, papá: SI.